lunes, 10 de febrero de 2014

Marco Antonio Quelca, el chef que cocina arte



Un anuncio de prensa cambió el rumbo de la vida del chef Marco Antonio Quelca Huayta. En el texto se convocaba a artistas en áreas como el video, la instalación... y la gastronomía. Él respondió y, al encontrar a otros creadores, se dio cuenta de que, sin saberlo, estaba haciendo arte.

Con su uniforme de chef, aros en ambas orejas y gel en el cabello, el hombre de 31 años abre la puerta de su casa en Cotahuma, en la que se crió en el seno de una familia de educadores. Llegó a La Paz por una semana para filmar una performance que fue seleccionada para el concurso Expresarte 2014, que pronto montará su exhibición. Luego, Marco Antonio se va.

“¿No quieres probar lo que acabo de crear?”, dice ni bien ingresa a su casa. En instantes aparece con un platillo que bautiza como Carbón del oriente. A simple vista, es eso: unos pedazos de carbón montados con una salsa color naranja encendido que emula el fuego. Aún pensativo, explica: “Son trozos de yuca pigmentados con tinta de calamar para que se vean negros y una salsa de maracuyá insuflada en surubí”. Y los negros carbones saben a gloria.

Destacado alumno en el colegio, abandonó el sueño de estudiar Economía porque el dinero familiar no alcanzaba. “Fui de todo: lavaautos, hacía limpieza de oficinas, hasta que me di cuenta de que estaba perdiendo mi tiempo. En una charla con mi hermano salió la idea de ser barman”.

En la Escuela de Hotelería y Turismo de Bolivia le dijeron que no había esa carrera, pero le mostraron la gastronomía. “Me quedé deslumbrado, no conocía nada de lo que me explicaban. Sabía de qué se trataban otras carreras, pero nada sobre cocina, así que decidí explorar”, cuenta Quelca.

Primero tuvo que hacer Ciencias de la Educación y gastronomía a la vez, pues a su familia no le hacía gracia que siga algo que no parecía una carrera.

Mientras estudiaba, trabajaba. Primero fue lavaplatos en el Club Alemán y ascendió hasta ser jefe de cocina. De ahí fue requerido por hoteles y restaurantes en La Paz y Santa Cruz. “Dicen que haces cosas locas”, le expresaban. Ganó premios de gastronomía, como en 2010 cuando presentó el postre La desaparición, en el que el algodón de azúcar desaparecía al contacto con el agua del postre basado en la deconstrucción del api. Hizo una maestría en España. Hasta ahí siguió la carrera —si bien meteórica, tradicional al fin— de chef. Eso, hasta el anuncio del diario.

La gestora cultural Norma Campos, de Visión Mundial, fue la primera que guió a Marco Antonio en las vías del arte en 2012. “Ella me explicó las bases de la convocatoria y me guió en la elaboración del proyecto. Si bien hasta el momento mi trabajo era empírico, me di cuenta de que estaba expresando en la gastronomía lo que siento, lo que he vivido y lo que quería vivir”, recuerda.

Lo siguiente fue viajar a Nottingham (Inglaterra) para el Encuentro Mundial de Jóvenes Artistas (WEYA, por sus siglas en inglés), donde mostró su obra A mi Pachamamita. Es la deconstrucción de una mesa de kallawaya en la que la k’oa, la hierba aromática de una ofrenda, perfuma el plato. El humo se retiene en una campana de vidrio hasta la exhibición del platillo.

Este viaje le significó descubrirse como artista, aunque esta palabra no termina de gustarle. “Encontré a gente loquísima que se preguntaba las mismas cosas que yo. No era como el círculo de chefs, aquí todos te proponían cosas y compartías con ellos la necesidad de hablar de política del mundo”.

Ahora cocina arte. Presentó en el Siart 2013 Achachilas, una dulce visión de las montañas, y en ARTErias, en Santa Cruz, Sabor clandestino, una caja de luz en la que reventó una esfera de chocolate blanco para que los asistentes compartan la comida a manera de un apthapi. Esta semana viajará a España para seguir desarrollando su vocación.

Hasta su vuelta, su casa de Cotahuma lo espera. Su padre entendió el valor de la gastronomía, aunque ahora debe asimilar la faceta de artista. A Marco Antonio nunca le dijo que está orgulloso de él. No es necesario: de las paredes de la sala cuelgan artículos de prensa que resaltan sus lauros. Y desde éste —que quizá terminará ahí— el chef artista le dice a su papá: “Gracias”.



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